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viernes, 26 de junio de 2015

Susurros Nº 42

Los vecinos nunca sospechan la verdad

Oscar Collazos (Cuento - 1974)

Es verdad: los vecinos nunca sospechan la verdad: se encierran en sus conciliábulos, son herméticos en sus conjeturas, carecen de imaginación,  no  van  más  allá  de  los  detalles  ni  se  detienen  en  las sospechas.  Los  vecinos  son,  por  naturaleza,  torpes.  Hacen  daño  o causan beneficios irrisorios sin llegar a ser inofensivos. Casi siempre la prudencia es una de sus virtudes: cuando salgo de casa quieren decirme (o hacerme caer en cuenta) que hablan de mí, que sus voces bajas tengo que oírlas y de ahí sus gestos grandilocuentes, sus dedos índices visibles, sus bocas torcidas de desprecio, sus espaldas dándome a la cara. En verdad: los vecinos no tienen la menor idea de la clandestinidad, de la conspiración, de las sutilezas o la inteligencia creadora,  son,  este,  son  —cómo  decirlo—,  son  casi  siempre  como cacatúas  alborotadas,  hasta  el  momento  de  prender  los  noticieros de  la  tele,  de  darse  a  la  tarea  de  hablar  más  alto  que  el  locutor  y de anunciar en coro los mismos productos de belleza. Los vecinos: es verdad, son impacientes, quieren darlo todo en un segundo, no entienden  de  sobreentendidos,  son  evidentes,  literales,  como  un texto de lectura, son: despreciablemente ingenuos y es así como, en el momento monos pensado, son incapaces de calcular qué pasa en el segundo piso, por qué este ruido de disparos penetra por algún lugar del edificio y lo llena de ecos extrañísimos, por qué estos gritos desgarrados, por qué esta fuga de tres hombres en uniforme que han venido en la mañana a perturbar mi casa, a escarbarla sin ninguna prudencia. Los vecinos, siempre lo dije, no pueden llegar a sospechar del  momento  en  que  muera  abatido  por  doce  disparos  de  pistola, ahogado en mi propia sangre y en mis gritos. Los vecinos, es verdad, no  pueden  entenderlo,  menos  el  momento  en  que  en  el  segundo piso alguien grita «me matan» y un silencio ignominioso presagia el nacimiento de un nuevo terror. Es entonces cuando son incapaces de salir a la calle (miran, celosamente, detrás de las persianas, detrás de las hendijas de alguna puerta desvencijada, detrás de alguna celosía que se abrió para espiar los pecados de la calle, los adulterios de enseguida, las borracheras de-al-lado, las palizas del ferroviario, los deslices de la adolescente que cursa tercer año de comercio y mecanografía), los vecinos: es verdad, nunca podrán medir la dimensión del crimen del segundo piso ni sacar de la noticia leída algo más allá de ese texto que dice: «Misteriosamente muerto un joven de veinte años en su residencia del barrio San Antonio de la ciudad de Cali cuando ingería licores

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